Luces


¿Qué hice estas vacaciones? Pasar por una combinación de enfermedades respiratorias que me tuvieron en cama los últimos días de diciembre y los primeros de enero. La familia se fue a Cuernavaca como es usual, y aunque en mi mente rogaba por algo que de último minuto nos hiciera cambiar los planes y me permitiera pasar aquí el Año Nuevo, esto no es precisamente lo que deseaba. Pero no me la pasé mal.

Los godínez dicen "me quedé a cuidar la ciudad" para disfrazar el hecho que no pudieron ni dar el acapulcazo, pero para mí si es medio cierto. No me gusta salir de la ciudad en vacaciones y no importan los millones de habitantes más los otros tantos que visitan: siento que es dejarla sola, así que me quedo con ella, y esta vez que me enfermé, ella se quedó conmigo.

Nunca he sentido verdadera soledad aquí. A muchas personas les abruma esta y otras grandes ciudades. Yo siento lo contrario. Muchas veces la vida abruma, o hay cosas que me preocupan o entristecen, pero cuando recuerdo dónde estoy, por un instante todo parece estar bien, y un instante lo es todo.

Ahora estoy bien. Hubo unos meses en los que no lo estuve, pero ahora sí. Por eso puedo escribir. Odio el mito de que la tristeza sirve para crear cosas bellas. No es cierto. No fue cierto para Van Gogh y no es cierto para nadie. Puedes crear algo a pesar de la tristeza, pero no es lo ideal.

En diciembre se estrenó John Mulaney & the Sack Lunch Bunch. Lo recomiendo mucho. Una de las partes que más me hizo sonreír fue casi al final, cuando le preguntan a John sobre estar asustado en Nueva York:

What is the most scared you've been in New York City?
I've almost never been scared in New York City.
What about in Los Angeles?
Every night in Los Angeles I'm afraid of Charles Manson.

¿Qué es lo más asustado que has estado en Nueva York?
Casi nunca he tenido miedo en Nueva York.
¿Y en Los Ángeles?
Todas las noches en Los Ángeles le tengo miedo a Charles Manson.

Yo podría haber ghostwriteado eso. Una vez alguien me preguntó si no me daba miedo cierta situación, y le respondí que no, que nunca tengo miedo en esta ciudad, lo cual es prueba de que soy absolutamente insufrible, por no decir inmamable. Sé que es un privilegio no tener miedo en una ciudad tan insegura, la cual a su vez no es nada en comparación con la periferia. Incluso he llegado a preguntarme si yo estoy mal, si debería tener miedo de vez en cuando, pues a fin de cuentas es un mecanismo de supervivencia. Y sé que muchas personas se irían de aquí a la primera oportunidad que tuvieran. Pero así como ella se queda conmigo, yo me quedo con ella.

No siempre se trata de los grandes momentos, de las celebraciones, los eventos. No me gusta esta manera de expresarlo pero la ciudad se ve mejor sin maquillaje. Estar aquí no es necesariamente pasar el día fuera, haciendo mil cosas, intentando llenar algún vacío. A veces estar en la ciudad es mirar desde la ventana del departamento. Me gustan mucho sus amaneceres, atardeceres y sus noches iluminadas —sí, qué cursi, pero lo cursi no quita lo bonito—. Estos días de invierno los amaneceres son entre dorados y plateados; los atardeceres, más rosas y púrpuras. Las noches estuvieron más iluminadas en diciembre, con todo lo de Navidad, sin embargo, hay muchas otras luces a lo largo del año. Dicen que en las grandes ciudades no se distinguen las estrellas del cielo, pero desde un avión, o por lo menos desde mi noveno piso, las veo regadas perfectamente por todo el valle.



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